De nuevo mi gata me despierta saltando
de golpe en mi estómago. Es su forma de decirme buenos días pero
nunca acierta con la hora. Abro los ojos y la acaricio la cabeza.
Ronronea y se baja de la cama contenta.
La habitación está bañada de los
primeros rayos de luz de un domingo que promete traer la paz
necesitas para recuperarte del ajetreo de la semana pasada y
prepararte para la semana próxima. Desconozco la hora. Es esa hora
donde nada malo puede pasar. Donde todo está en su sitio, o lo
debería estar, y donde los sentimientos están a flor de piel. Miro
mi entorno mentalizado de volver a coger el sueño cuando la veo a
ella. Tumbada a mi lado. Dormida. De repente todo el amor que siento
por ella se concentra en mi corazón y en mi estómago. Está de
espaldas a mi. Tras la pasión de anoche no lleva el pijama. De nuevo
el estómago y algo más abajo del estómago me sugiere que la
ausencia del pijama es un motivo de celebración. La cubre a medias
una sábana fina. Su silueta queda perfectamente definida. Su cabello
negro, suelto, se cae por la parte de la espalda que queda fuera de
la sábana. Es la única piel que veo pero no me hace falta ver más.
Conozco cada centímetro de su cuerpo. He recorrido mil veces sus
rincones. ¿Cuantas veces se habrá reído cuando le decía que sus
lunares formaban constelaciones? La silueta de la espalda con el pelo
suelto siempre me ha parecido de lo mas sensual. Sé lo que hay
debajo de la sábana pero me encanta que esta luz casi azulada de los
primeros destellos del día me realce sus curvas. Cabeza, hombro y
cadera. La triada perfecta.
Como un niño travieso meto la cabeza
bajo la sábana para seguir su columna. Voy poco a poco, vértebra a
vértebra, disfrutando y acariciando cada centímetro de su suave
piel. He llegado a la cadera y a su conjunto de ropa interior. Ése
que anoche, de forma picarona, me dijo que me iba a volver loco. Como
siempre acertó. Negro y con encaje. Anoche le rogué que no se lo
quitara mientras nos amábamos. Con los dedos como si fuera un
caminante he bajado por sus caderas hacia sus muslos. Como son mi
fetiche he decidido dejarlos para el final. Bajando bajando mis dedos
han llegado a sus piernas. No he desaprovechado la ocasión y, con
toda la palma de mi mano, he vuelto a disfrutar de la suavidad de sus
piernas. Mientras bajaba hacia sus pies recordaba como anoche
apretaba esas piernas, fruto de la pasión y el desenfreno, y como
con decisión y suavidad las separaba para contemplar el fruto de mis
deseos. Sé que tiene cosquillas en los pies así que he ido con
suavidad ya que no es momento de cosquillas, bueno si. pero solo las
que desde hace un rato siento dentro de mis boxes.
Lorena se ha girado, quizás debido a
un sueño o disimulando estar dormida, y la visión que me ofrece
esta nueva perspectiva desde sus pies hasta su cara es digna de ser
pintada en un lienzo o esculpida en mármol. Piernas flexionadas, el
vientre con su pequeño tatuaje de un gato sentado en la luna
creciente mirando al cielo estrellado, sus pechos... cuantas veces me
habré hundido en ellos y querido esconderme en ellos para siempre,
por la calidez y la paz que transmiten. Y otras tantas veces habré
recorrido con mis labios y mi lengua cada rincón, cada pliegue
escondido en su redondeada forma.
Subo poco a poco por sus piernas para
poder ver mas definidos sus pechos. Sus pezones están un poco
pequeños y duros, o tiene frío o ha adivinado mis intenciones.
Anoche también los vi así, gracias a mis besos y caricias, y a sus
pechos en toda su magnitud cuando ella se sentó sobre mi e irguiendo
su espalda me ofreció todo su torso, desnudo, bello, con gotitas de
sudor bajando por su escote y por su espalda. Gotitas que recogía
con mis labios y con mi lengua en la travesía juguetona del ombligo
hasta su barbilla. Ahora ambas manos de forma casi hipnótica,
involuntaria, instintiva han envuelto sus pechos y he hundido la cara
en ellos. Me vuelve loco su olor. No su olor al salir de la ducha con
perfumes artificiales, su olor natural. Ése tan característico que
al olerlo ya te sientes seguro, protegido. Sabes que ella esta cerca
y te protegerá pero a la vez ese olor te excita más que nada en
este mundo.
Muy suavemente y con la punta de la
lengua viajo desde sus pechos hasta el hueco que se le forma debajo
del cuello. He alzado la mirada y esos ojos marrones convertidos en
negro, por la falta de luz, me han dicho muchas cosas pero sobretodo
que veían mis intenciones. El beso que ha venido después ha
confirmado que ayer no terminamos ni amor ni nuestro deseo el uno por
el otro.
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